LA CARRERA DE LUIS


El muchacho corre más veloz que el viento.

Sólo tiene catorce años, pero tiene el cuerpo curtido de penas.

Se ha escapado de su casa. Ha cometido algo horrible, ha dejado a su padre sangrando e inconsciente tirado en el suelo.

-Maldito hijo de perra, él se lo buscó -se dice a si mismo, en un intento de consolar su maltrecha conciencia.

Hace tan sólo una hora que ha presenciado una de las cotidianas escenas de siempre.

Una de aquellas que le manchan el alma, que borran sus esperanzas de vivir en paz y con alegría. El sólo ha conocido hasta el momento, el horror y el desprecio, los maltratos constantes, la pobreza continua.

En su mundo de desesperanza, intenta sobrevivir a veces pensando en sus sueños.

Como un naufrago a la deriva, sus ilusiones sueltan a veces sus amarras y se escapan en quimeras imposibles.

Su padre ha llegado a casa borracho como de costumbre.

Primero han empezado las quejas atroces, luego los mortales insultos, finalmente como en una consecuencia lógica a tanta degradación moral, llegaron los golpes.

Su madre es quien más los recibe, pero en su casa, hay malos tratos para todos.

Su hermana pequeña no deja de sollozar, casi siempre se orina encima, contagiada del mismo miedo maloliente que impregna aquella casa sucia.

Sus cuatro hermanos, que también son más pequeños que él, cuando comienza la bronca, intentan escaparse de la pelea, algunos, los más decididos se arrojan a la calle, pateando gatos y desperdicios.

Otros se acurrucan y se cubren el rostro con las manos para no ver lo que sucederá.

El hombre ha pedido su cena con tan enérgica voz, que hasta los mismos árboles se han balanceado nerviosos al escucharla. La mujer coge los escasos alimentos que tiene para ofrecérselos, pero casi nunca son bastantes.

No hay dinero en casa, no hay casi comida.

Malviven la pareja y sus seis hijos en la casa, que sólo posee dos habitaciones,

Una la usan para dormitorio, con tres catres sucios, donde se reparten como pueden, hacinados en el pequeño espacio donde no se guarda ninguna intimidad.

En la otra habitación, hay una mesa y unas cuantas sillas, una cocina de leña, y pocos enseres más.

Allí hacen el resto de su vida diaria.

Los niños tirados por el suelo, juegan algunas veces a contarse historias felices, otras gimen porque tienen hambre y tristeza, y en numerosas ocasiones se dedican a pelearse continuamente o se van y se dedican recorrer las calles de ese postrero barrio de la gran ciudad.

La madre no se preocupa en buscarlos cuando no están. Incluso a veces ha pensado que si alguno no volviera, sería mejor.

No posee instinto maternal. Obligado por las circunstancias, su cuerpo sólo pare su descendencia. Se llama Manuela.

Ella también se emborracha cuando puede. Y cuando le acecha el desasosiego, se lanza a la aventura de la infidelidad hacia su marido, como en un acto de venganza por sus golpes y martirio constante.

La familia vive en un mundo de miseria, carente de virtudes.

El sol cuando nace por la mañana, se olvida de mandarles luz a ese rincón de vida.

El muchacho mayor se llama Luis. Esta vez no ha podido soportarlo.

Cuando ha visto como su padre, le ha gritado a su madre: -Tráeme algo de comer, perra, y como ella le ha contestado a continuación -No hay nada para comer, maldito cabrón, si trabajaras en vez de de tirarte todo el día por ahí vagueando y emborrachándote, tal vez tendríamos alguna mierda con la que alimentarnos nosotros y tus cochinos hijos.

El bofetón no ha tardado demasiado en llegar al rostro de la mujer, la cual le ha clavado las uñas con rabia, y el hombre tras golpearla de nuevo, la ha emprendido después con la más pequeña, la única hija, pequeña e inocente que no paraba de llorar.

Luis, el muchacho mayor no ha podido aguantarlo, así que apartando a su madre, ha cogido un cuchillo de la cocina y lo ha clavado en el vientre de su padre con inmensa furia:

Cerdo asqueroso, espero que revientes - le ha escupido casi a la cara.

Sin embargo, tras los chillidos de espanto de su familia, y tras observar como su padre ha caído al suelo retorciéndose de dolor y vomitando sangre, y perdiendo a continuación el sentido, le ha invadido un pánico atroz que le ha hecho salir corriendo de la casa.

Mientras corre, no sabe que su padre ha muerto, pero lo intuye. Y alzando sus manos ensangrentadas hacia el cielo, lanza un grito de angustia. Siente como el miedo y el odio se adueñan de todo su ser.

Es la primera vez que mata.

Mientras corre sin descanso, su mente le obliga a pensar que quizás no será la última…

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Este relato lo podéis encontrar en la revista bilingüe "Arcoiris", en castellano y en francés.
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Comentarios

  1. Dios mío, esa vida es que no es vida.
    La desesperación puede llevar a las personas a cometer actos impensables pero, a veces, es que no se encuentra otra salida aunque, en realidad, no sea esa "la salida", sino la entrada a otro túnel oscuro.

    Un abrazo.

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  2. Hola Nena. Sí, es un relato muy duro, que aunque este sea de ficción, en la vida real suceden casos así, por desgracia. Un abrazo.

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